El Santo del día es una reseña diaria de los santos guardados en la memoria de la Iglesia. Historias de maestros de vida cristiana de todas las épocas que, como faros luminosos orientan nuestro camino.
Hoy, domingo 23 de marzo la Iglesia católica celebra el santoral de los siguientes santos:
Santo Toribio de Mogrovejo, obispo de Lima
Llamado el Apóstol del Perú, Toribio fue un distinguido jurista español que, de laico, se convirtió en obispo de Lima en 1580. Por 25 años, como buen pastor, evangelizó los pueblos indigenas y se dedicó a reformar al clero aburguesado. Santo desde 1726, es el patrón del episcopado latinoamericano.
Un descendiente de la noble familia Mongrovejo, Toribio nació en Mayorga de Campos, España, en 1538. Experto en derecho canónico, se ganó con razón su reputación de distinguido jurista. Era profesor en la Universidad de Salamanca cuando el Rey de España, Felipe II, decidió enviarlo al Perú como Obispo de la Ciudad de Los Reyes, que más tarde se convertiría en Lima, hoy capital del Perú.
Un obispo enviado al fin del mundo
Cuando el Rey lo llamó, en 1580, Toribio no era un clérigo sino un simple laico. En tiempo récord recibió todas las órdenes sagradas una tras otra hasta el sacerdocio y, finalmente, fue consagrado obispo. Cuando debió partir no estaba realmente muy entusiasmado, porque ya se imaginaba la situación que habría encontrado: Perú estaba sometido al duro dominio de los españoles desde hacía casi 50 años, pero no era el Virrey, enviado de la Corte de España quien gobernaba; eran los descendientes de los despiadados conquistadores los que efectivamente tomaban las decisiones de gobierno. Esa gente era quien imponía sus arbitrariedades injustas sin ninguna rémora moral. Eran ellos los que materialmente explotaban a los indígenas, con la excusa de una falsa evangelización que tenía muy poco que ver con el Evangelio: las condiciones de estas personas que el obispo encontró cuando llegó al Perú eran de un extremo empobrecimiento material, espiritual, cultural y humano. Los conquistadores, por el contrario, estaban muy satisfechos y eran muy celosos de sus propios privilegios adquiridos a expensas de los indígenas. Lo más triste era que también había muchos sacerdotes aburguesados, encadenados a sus privilegios eclesiásticos, ya que habían perdido la fuerza evangélica para denunciar las injusticias.
"¡Cristo es la Verdad, no las apariencias!"
En este clima de injustos contrastes comienzan los 25 años de episcopado de Toribio y su trabajo como gran reformador que llevará a la primera verdadera organización de la Iglesia peruana. Decidió comenzar desde los sacerdotes aburguesados, desde su recuperación, especialmente con su propio testimonio de santidad personal. Dedicaba muchas horas a la meditación y a la oración, consciente de que la vida espiritual de una persona crece en la medida en que dialoga con Dios. Enseguida, puso su afectuosa atención de pastor en los pueblos indígenas. Estudió sus idiomas, el quechua y el aymara, para poder hablar con ellos, pero sobre todo para trabajar en una "re-evangelización" que hablara el idioma del respeto de su dignidad. Obligó a todos los sacerdotes que trabajaban en Perú a estudiarlos e incluso consiguió publicar el Catecismo de la Iglesia Católica en los idiomas indígenas, así como en castellano. Por amor a todos y cada uno de los pueblos indígenas, durante unos 10 años recorrió y visitó cada rincón remoto de su vasto territorio - miles de kilómetros - mucho más allá de las actuales fronteras peruanas; convirtió a muchos de ellos, y dio la confirmación a tres futuros santos: san Martín de Porres, san Francisco Solano y santa Rosa de Lima.
"Amar a las personas que nos han sido confiadas como se ama a Cristo"
En el curso de su episcopado, Toribio fundó cien parroquias, convocó un Concilio Panamericano, dos consejos provinciales y doce sínodos diocesanos; cuando la peste llegó al Perú estuvo en primera línea entre los enfermos y les regaló todo lo que tenía. Obviamente, su opción preferencial por los descartados suscitó las antipatías del Virrey, que nunca lo vió asistir a las fastuosas ceremonias de la corte, y de los conquistadores, ya que a Toribio no le importaban en lo más mínimo. En cambio, los empobrecidos y abandonados indígenas eran sus ovejas privilegiadas, y con ellas y para ellas se comportó como un verdadero y buen pastor. Murió en uno de sus viajes a Saňa en 1606. Benedicto XIII lo canonizó en 1726; Juan Pablo II lo proclamó patrón del episcopado latinoamericano en 1983.
San José Oriol (s. XVIII)
En Barcelona, en España, san José Oriol (Sant Josep Oriol), presbítero, quien, con la mortificación corporal, el cultivo de la pobreza y la continua oración, mantuvo una constante unión con Dios, enriquecido de dones celestiales.
Santa Rebeca de Himlaya (s. XX)
En el lugar de ad-Dahr, en el Líbano, santa Rebeca (Rakqa) de Himlaya ar-Rayy_s, virgen de la Orden Libanense de San Antonio de los Maronitas, que ciega a los treinta años, y paralizada después en todos los miembros, permaneció en oración, fija sólo en Dios.
Otros santos y beatos
Beata Anunciata Cocchetti (s. XIX)
Beato Edmundo Sykes (s. XVI)
San Fingar (s. V)
San Gualterio (s. XI)
Beato Metodio Domingo Trcka (s. XX)
San Otón de Ariano (s. XII)
Beato Pedro de Gubbio (s. XIV)
San Pedro Higgins (s. XVII)