Panorama eclesial vibrante pero fracturado
Compromiso social cristiano y ecología
Cuando el humo blanco anuncie al mundo la elección de un nuevo pontífice y el cardenal protodiácono Dominique Mamberti pronuncie el esperado “Habemus Papam”, el hombre elegido para guiar a la Iglesia católica se encontrará no solo con la inmensa responsabilidad de ser sucesor del apóstol Pedro, sino también con una herencia compleja legada por su predecesor, el Papa Francisco.
Panorama eclesial vibrante pero fracturado
El pontificado de Jorge Mario Bergoglio ha estado marcado por un intento audaz de aplicar el Concilio Vaticano II en un “cambio de época (no una época de cambios)”, como él mismo decía, impulsando una Iglesia “en salida”, misericordiosa y participativa (sinodal).
Sin embargo, este impulso reformista ha generado tanto esperanza como tensión, dejando al próximo Papa un panorama eclesial vibrante pero también fracturado, sometido a presiones externas e internas sin precedentes. Analicemos cuáles son estos desafíos más apremiantes.
La sombra del cisma
El desafío más inmediato está condicionado por la profunda polarización. Las divisiones ideológicas que caracterizan a las democracias occidentales han permeado la Iglesia, exacerbando tensiones que amenazan su cohesión interna. El estilo pastoral de Francisco, enfocado en la misericordia, el acompañamiento y la inclusión –buscando acoger sin juzgar, como él mismo expresaba– ha sido interpretado por algunos sectores como una ruptura con la tradición o una ambigüedad doctrinal peligrosa.
Esta tensión alcanzó puntos críticos con documentos como la declaración Fiducia Supplicans. La apertura para bendecir pastoralmente a parejas en situaciones consideradas “irregulares”, incluidas las del mismo sexo, sin alterar la doctrina sobre el matrimonio, provocó una reacción sin precedentes, con conferencias episcopales enteras expresando públicamente su desacuerdo o prohibiendo dichas bendiciones en sus diócesis.
Sínodo de la Sinodalidad
El Sínodo sobre la Sinodalidad, concebido por Francisco como un proceso para transformar a la Iglesia en una comunidad más participativa y evangelizadora, también se convirtió para algunos en un foco de tensión.
Aunque temas potencialmente divisivos, como la ordenación sacerdotal de hombres casados o el diaconado femenino fueron derivados a grupos de estudio para preservar la unidad de la asamblea final, el propio concepto de “sinodalidad” y su implementación siguen siendo objeto de debate en algunos círculos, que temen una deriva hacia modelos de gobernanza en lo que se aplicarían los métodos de los sistemas políticos democráticos, o una dilución de la autoridad jerárquica del obispo. Iniciativas como el “Camino Sinodal” alemán, que entre otras cosas ha propuesto quitar autoridad eclesial a los obispos ante la crisis de los abusos, redefinir cuestiones de moral sexual o promover la ordenación sacerdotal de mujeres, han encendido las alarmas en Roma, evidenciando el riesgo de caminos divergentes que podrían llevar a un cisma de facto si no formal.
La primera misión del obispo de Roma es la comunión de la Iglesia. El sucesor de Francisco heredará la tarea crucial de ser un constructor de puentes, “pontífice”: gestionar la diversidad legítima dentro de la unidad, recordando que la catolicidad implica universalidad y no uniformidad, pero guiando con determinación en el camino de búsqueda de la Verdad.
Una de las últimas visitas del Papa Francisco a Benedicto XVI y su secretario personal el arzobispo Georg Gänswein.
La plaga de los abusos
La crisis de los abusos sexuales, de poder y de conciencia cometidos por clérigos y religiosos sigue siendo una herida abierta y sangrante en el cuerpo de la Iglesia. Aunque los escándalos salieron a la luz en la década de los noventa del siglo pasado, la gestión de esta crisis, marcada a menudo por el encubrimiento, la negación y una preocupación mayor por la imagen institucional que por las víctimas, ha dejado cicatrices profundas.
El Papa Francisco ha dado pasos significativos para combatir esta lacra, estableciendo normas más estrictas, creando comisiones para la protección de menores y pidiendo perdón reiteradamente.
Sin embargo, la tarea está lejos de concluir. El próximo pontífice deberá consolidar y profundizar estas reformas, asegurando su aplicación efectiva y coherente a todos los niveles de la Iglesia. Esto implica no sólo protocolos y procedimientos legales, sino sobre todo una profunda conversión.
Erradicar el clericalismo
Es necesario erradicar el clericalismo, esa mentalidad que aísla al clero, y fomenta una cultura de secretismo y autoprotección. Se requiere una transparencia radical, una rendición de cuentas efectiva, y una prioridad absoluta por la escucha, el acompañamiento y la reparación a las víctimas.
La credibilidad moral de la Iglesia está en juego. Muchos católicos se han alejado, decepcionados y escandalizados. El sucesor de Francisco deberá superar la tentación de “pasar página” rápidamente y seguir afrontando con humildad y determinación este “escándalo de los escándalos”, el cometido contra los más pequeños, como decía Jesucristo en el Evangelio, reconociendo que la santidad de la Iglesia no reside en una falsa imagen de perfección impecable, sino en la gracia que actúa en medio de la fragilidad humana y en la búsqueda constante de conversión.
La galopante secularización
El Papa Francisco ha liderado una Iglesia que opera en un contexto cultural, especialmente en Occidente, marcado por una creciente secularización. El descenso en la práctica religiosa, el aumento de personas que se declaran sin afiliación religiosa, la privatización de la fe y la percepción de la religión como algo irrelevante o incluso opuesto a la razón y al progreso, plantean un desafío existencial. Entre las consecuencias: la disminución de las vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa.
El próximo Papa deberá encontrar nuevas formas de proponer el Evangelio en este “cambio de época”. La “nueva evangelización” impulsada por Juan Pablo II necesita nueva creatividad. No se trata solo de transmitir doctrinas, sino de facilitar un encuentro personal y transformador con Jesucristo, como recordaba Benedicto XVI en Deus Caritas Est. Esto requiere una predicación –incluidas las homilías dominicales, a menudo citadas como deficientes– que sea relevante, profunda y conectada con la vida real de las personas.
Implica también repensar el papel de las parroquias, escuelas y universidades católicas, no como bastiones de una cristiandad superada, sino como faros de fe, esperanza y caridad en medio de la sociedad. Se necesita una catequesis sólida que aborde las preguntas y dudas del hombre contemporáneo, mostrando la razonabilidad de la fe y su capacidad para dar sentido a la existencia. El sucesor de Francisco deberá inspirar a la Iglesia a ser verdaderamente “en salida”, no esperando a que la gente venga, sino yendo a las periferias geográficas y existenciales para anunciar la alegría del Evangelio.
El rechazo de la moral sexual
Otro frente complejo es el rechazo de las enseñanzas morales de la Iglesia, particularmente en el ámbito de la sexualidad y la vida familiar, y las convicciones y prácticas de muchos católicos y de la sociedad en general. Cuestiones como la anticoncepción, el divorcio y las segundas uniones, la posición sobre la homosexualidad llevan a muchas personas a abandonar la Iglesia.
El Papa Francisco ha intentado abordar estas cuestiones con un enfoque pastoral de misericordia y acompañamiento, buscando integrar a las personas en sus situaciones concretas sin diluir la enseñanza doctrinal. Iniciativas como el proceso sinodal sobre la familia que llevó a Amoris Laetitia, o la ya mencionada Fiducia Supplicans, reflejan este esfuerzo por tender puentes. Sin embargo, esta aproximación ha sido criticada por algunos por generar confusión o ambigüedad.
El próximo pontífice deberá articular la visión cristiana sobre la persona humana, el amor, el matrimonio y la sexualidad de una manera que sea a la vez clara, convincente y atractiva. Esto implica superar una percepción meramente legalista o prohibitiva de la moral católica, presentándola como un camino hacia la plenitud y la felicidad auténticas, arraigado en el amor de Dios. Como señaló Benedicto XVI, ser cristiano no nace de una ética o una ideología, sino del encuentro con una Persona. El desafío consiste en mostrar cómo ese encuentro ilumina y transforma todas las dimensiones de la vida, incluida la moral, sin reducir la fe a un código de conducta o una ideología (“conservadora” o “progresista”).
Compromiso social cristiano y ecología
Finalmente, el sucesor de Francisco deberá continuar y profundizar el fuerte impulso dado por su predecesor al compromiso de la Iglesia con la justicia social y el cuidado del medio ambiente. Encíclicas como Laudato si' y Fratelli tutti han sido hitos en el magisterio social, abordando con valentía las crisis interconectadas de la pobreza, la desigualdad, la migración, la guerra y la degradación ecológica.
El próximo Papa tendrá que seguir siendo una voz profética en el escenario mundial, aplicando la luz del Evangelio y la Doctrina Social de la Iglesia a los desafíos emergentes: el impacto de la inteligencia artificial y las nuevas tecnologías, las transformaciones en el mundo del trabajo, las tensiones geopolíticas, la persistencia de la pobreza extrema y las amenazas a la paz y a la Creación.
Al mismo tiempo, deberá buscar una “nueva síntesis” de la enseñanza social cristiana, que ayude a los fieles a discernir los principios irrenunciables de la fe de las aplicaciones prudenciales o las opiniones políticas legítimamente diversas. Tendrá que animar a los católicos a ser fermento de justicia, paz y solidaridad en sus sociedades, mostrando que el amor a Dios es inseparable del amor al prójimo, especialmente a los más vulnerables, y del cuidado responsable de la “casa común”.