En los siglos pasados, después de ser coronado en San Pedro, el Papa recién elegido acudía a la Basílica de San Juan de Letrán para la entronización. Entre ambas Basílicas se extendía toda Roma, que recorría escoltado por una larguísima y suntuosa procesión. El paso entre los restos de la antigua Roma imperial, con semejante aparato escenográfico, celebraba el primer acto público oficial del Papa. Una procesión que combinaba múltiples significados, vinculados al poder espiritual como temporal.