San Marcos y San Marceliano, mártires romanos gemelos, son las principales figuras del santoral de hoy. Se conmemoran juntos en la Iglesia católica como discípulos valientes que reivindicaron su fe hasta el martirio.
San Marcos y San Marceliano
Originarios de Roma, estos hermanos —posiblemente gemelos— vivieron durante la persecución del emperador Diocleciano, alrededor del año 286, Convertidos probablemente por San Sebastián, ejercieron como diáconos, dedicando sus vidas a la predicación del cristianismo.
Detenidos por su fe, sus padres (Tranquilino y Marcia) e incluso algunas autoridades romanas, como el prefecto Cromacio, intentaron persuadirles para que renunciaran. Sin embargo, no solo permanecieron firmes, sino que inspiraron conversiones dentro de su propia familia y círculo . Enfrentaron torturas —azotes, fustigación, clavados boca abajo con los pies clavados en pilares durante día y noche— hasta ser atravesados por lanzas el 18 de junio.
Fueron enterrados inicialmente en las catacumbas de la Vía Ardeatina, hoy conocidas como de Marcos y Marceliano. Más tarde, sus restos fueron trasladados a la basílica de los Santos Cosme y Damián, donde aún reposan.
Devoción y patronazgo
Su culto figura en el Martirologio Romano, señalando específicamente su sepultura el 18 de junio. La veneración de estos mártires fue amplia en la Edad Media y renació con fuerza en siglos posteriores.
En la ciudad de Badajoz (España), son considerados patronos secundarios de la archidiócesis de Mérida-Badajoz. La tradición asegura que, en 1685, una gran tormenta que amenazaba con destruir un polvorín fue interrumpida tras la súplica a Marcos y Marceliano, atribuyéndoseles la salvación.
Origen legendario y detalles históricos
Si bien la narración sobre su vida contiene elementos legendarios, como su afinidad con San Sebastián y la conversión de figuras oficiales, su existencia martirial está bien asentada en las fuentes antiguas. Su leyenda realza el vínculo familiar, la firmeza de la fe y el impacto espiritual, incluyendo la conversión de su padre y el juez Cromacio.
San Gregorio Barbarigo, obispo de Padova y cardenal
Gregorio pronto conoce el sufrimiento cuando con tan sólo dos años pierde a su madre a causa de la peste. El padre, senador de la República de Venecia - donde el futuro santo nació en 1625 - lo envió en 1643 junto con el embajador veneciano Alvise Contarini a Münster, en Alemania, donde se preparaba la paz de Westfalia que pondría fin a la sangrienta Guerra de los Treinta Años. Aquí se produce un encuentro decisivo para la vida del joven Gregorio: con el cardenal Fabio Chigi, futuro Papa Alejandro VII. Después de completar sus estudios en Padua, Gregorio se hizo sacerdote a la edad de 30 años. Alejandro VII lo hace ir a Roma y al estallar la peste le encarga la coordinación de la ayuda a los enfermos, que Gregorio Barbarigo lleva a cabo con mucho amor y dedicación.
Obispo y pastor como San Carlo Borromeo
La confianza de Alejandro VII se renueva al colocarlo al frente de la diócesis de Bérgamo en 1657. Años más tarde, en 1664, se le confiará la de Padua. Su "estilo" será en ambos casos el inspirado en San Carlo Borromeo, un modelo para Gregorio que, antes que nada, vende todas sus pertenencias para dárselas a los pobres. Visita las parroquias de las diócesis que se le han confiado por todas partes, ayuda a los moribundos, difunde entre el pueblo la prensa católica y se aloja en las casas de los pobres. Durante el día enseña catecismo a los niños y por las noches reza. En su corazón central está también la formación de sacerdotes, por la que está profundamente involucrado en el Seminario de Padua, que llega a ser considerado uno de los mejores de Europa.
En Roma, la misión de las Iglesias orientales
Otro momento destacado del compromiso de San Gregorio Barbarigo es la reunificación con las Iglesias orientales. Después de haber sido Obispo de Bérgamo y antes de llevar a cabo su ministerio en Padua, pasó un período en Roma. En 1658 Alejandro VII lo creó cardenal. Años en los que participa en varios Cónclaves. Inocencio XI lo elige como su consejero y Gregorio trabaja para la reunificación con las Iglesias orientales. Estimado por los papas y amado por el pueblo, Barbarigo muere en Padua en 1697 y fue beatificado en 1761. Es proclamado Santo, en 1960 por Juan XXIII, originario de la zona de Bérgamo y uno de los signatarios, años antes, de los llamamientos para su canonización.
Santa Marina de Bitinia
Es una de las historias más singulares de la Iglesia antigua. Marina de Bitinia se convierte en santa alrededor del siglo VIII, tras una vida breve e intensa en un monasterio, donde entró con su padre. Falsamente acusada, reconquista con tenacidad de fe y caridad la dignidad perdida.
Otros santos y beatos
Además de estos dos mártires, el santoral del día incluye otros santos y beatos dignos de mención:
San Ciriaco y Santa Paula, mártires hispanorromanos, fueron lapidados el 18 de junio del año 303 en Málaga, durante las persecuciones diocesanas. Sus cuerpos fueron sepultados por la comunidad cristiana local y con el tiempo se convirtieron en símbolos de fervor cristiano.
San Amando de Burdeos, obispo y evangelizador del suroeste de Francia.
San Calógero Anacoreta, ermitaño venerado en Sicilia.
San Ciríaco, mártir de la antigüedad.
Santa Isabel de Schönau, mística alemana del siglo XII.
San Leoncio de Trípoli, obispo y mártir.
Santa Paula mártir, que compartió la fe hasta las últimas consecuencias.
Beata Hosana Andreasi, terciaria franciscana del siglo XVI