La reciente noticia adelantada por Vida Nueva del cierre de la comunidad de Iesu Communio en Godella (Valencia) y su reagrupamiento en el monasterio de La Aguilera (Burgos) ha sorprendido a muchos fieles que seguimos con afecto y esperanza el camino de esta joven realidad eclesial.
El anuncio, publicado por medios como Vida Nueva y Alfa y Omega, revela una decisión importante, pero que ha llegado sin previo aviso ni mención en la página oficial del instituto ni en los canales habituales de comunicación del Arzobispado de Valencia.
En tiempos donde la transparencia pastoral es una necesidad, una noticia de esta relevancia debería haber sido comunicada de forma más clara y directa. No hablamos de una mera reorganización logística: hablamos del cierre de una comunidad en una archidiócesis importante, donde muchas personas han vivido procesos de fe, han recibido acompañamiento espiritual o simplemente han encontrado consuelo en la oración de estas hermanas.
Es cierto que Alfa y Omega afirma que esta decisión no responde a una crisis vocacional ni a un descenso de hermanas. Según su información, el motivo principal es “servir más fielmente al carisma y a la misión”. De ser así, y confiando en su discernimiento, sólo cabe acogerlo con esperanza.
Cuando una comunidad busca vivir con mayor autenticidad su vocación, debemos alegrarnos, aunque el camino elegido suponga sacrificios, tanto para las propias hermanas como para quienes se beneficiaban de su presencia local.
Sin embargo, la falta de comunicación oficial suscita perplejidad. ¿Por qué no se ha publicado esta noticia en la web de Iesu Communio? ¿Por qué no se ha emitido un comunicado conjunto con el Arzobispado de Valencia, agradeciendo la acogida y explicando pastoralmente el sentido de esta reestructuración? La Iglesia, como comunión, se construye también en la confianza entre pastores, consagrados y fieles. Cuando hay silencio, inevitablemente surgen preguntas, interpretaciones y malentendidos que podrían haberse evitado.
La comunidad de Iesu Communio ha sido, desde sus inicios, un signo potente de renovación y de vida consagrada que interpela. Su carisma ha tocado a muchos jóvenes y adultos, también fuera de sus muros. Por eso, decisiones como ésta no son sólo “internas”, sino que afectan a la vida eclesial en su conjunto.
Si este paso responde a una etapa nueva de consolidación, si permite a las hermanas vivir con mayor unidad, formación y profundidad su vocación, entonces bienvenido sea. Pero para que el pueblo de Dios camine junto a ellas, es necesario también compartir el camino, explicarlo y acompañarlo.
La comunión no es sólo un nombre. Es una forma de vivir, de decidir, de comunicar. Y cuando la vivencia de esa comunión es coherente con el anuncio evangélico, incluso los cambios difíciles se convierten en testimonios de esperanza.
Ahora, las cerca de doscientas religiosas del Instituto fundado por Verónica Berzosa conviven de nuevo juntas en La Aguilera (Burgos). Muchas de ellas acudirán del 28 de julio al 3 de agosto a Roma al Jubileo de los Jóvenes.
Zenón de Elea.