Lecturas del Viernes de la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús
27 de junio de 2025
Primera lectura
Lectura de la profecía de Oseas (11,1b.3-4.8c-9):
Así dice el Señor: «Cuando Israel era joven, lo amé, desde Egipto llamé a mi hijo. Yo enseñe a andar a Efraín lo alzaba en brazos; y él comprendía que yo lo curaba. Con cuerdas humanas, con correas de amor lo atraía; era para ellos como el que levanta el yugo de la cerviz, me inclinaba y le daba de comer. Se me revuelve el corazón, se me commueven las entrañas. No cederé al ardor de mi cólera, no volveré a destruir a Efraín; que soy Dios, y no hombre; santo en medio de ti, y no enemigo a la puerta.»
Palabra de Dios
Salmo
Is 12,2-3.4bcd.5-6
R/. Sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación
El Señor es mi Dios y Salvador:
confiaré y no temeré, porque mi fuerza
y mi poder es el Señor, él fue mi salvación.
Y sacaréis aguas con gozo de las fuentes de la salvación. R/.
Dad gracias al Señor,
invocad su nombre,
contad a los pueblos sus hazañas,
proclamad que su nombre es excelso. R/.
Tañed para el Señor, que hizo proezas,
anunciadlas a toda la tierra;
gritad jubilosos, habitantes de Sión:
«Qué grande es en medio de ti el santo de Israel.» R/.
Segunda lectura
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios (3,8-12.14-19):
A mí, el más insignificante de todos los santos, se me ha dado esta gracia: anunciar a los gentiles la riqueza insondable que es Cristo, y aclarar a todos la realización del misterio, escondido desde el principio de los siglos en Dios, creador de todo. Así, mediante la Iglesia, los Principados y Potestades en los cielos conocen ahora la multiforme sabiduría de Dios, según el designio eterno, realizado en Cristo Jesús, Señor nuestro, por quien tenemos libre y confiado acceso a Dios, por la fe en él. Por esta razón, doblo las rodillas ante el Padre, de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra, pidiéndole que, de los tesoros de su gloria, os conceda por medio de su Espíritu robusteceros en lo profundo de vuestro ser, que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, que el amor sea vuestra raíz y vuestro cimiento; y así, con todos los santos, lograréis abarcar lo ancho, lo largo, lo alto y lo profundo, comprendiendo lo que trasciende toda filosofía: el amor cristiano. Así llegaréis a vuestra plenitud, según la plenitud total de Dios.
Palabra de Dios
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Juan (19,31-37):
En aquel tiempo, los judíos, como era el día de la Preparación, para que no se quedaran los cuerpos en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día solemne, pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y que los quitaran. Fueron los soldados, le quebraron las piernas al primero y luego al otro que habían crucificado con él; pero al llegar a Jesús, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados, con la lanza, le traspasó el costado, y al punto salió sangre y agua.
El que lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y él sabe que dice verdad, para que también vosotros creáis. Esto ocurrió para que se cumpliera la Escritura: «No le quebrarán un hueso»; y en otro lugar la Escritura dice: «Mirarán al que atravesaron.»
Palabra del Señor
Comentario del día
Hoy celebramos en la Iglesia la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. Una fiesta para honrar a nuestro Señor. El Sagrado Corazón de Jesús es un símbolo de amor divino. El corazón de Jesús como expresión de su entrega y amor total a los hombres. San Juan nos dice “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13, 1). En 1675, Jesús le dijo a Santa Margarita María Alacoque que quería que la Fiesta del Sagrado Corazón se celebrara el viernes después de la octava del Corpus Christi. En 1856, la Fiesta del Sagrado Corazón se convirtió en fiesta universal. San Juan Pablo II, gran devoto del Sagrado Corazón, decía: "Esta fiesta nos recuerda el misterio del amor de Dios por el pueblo de todos los tiempos".
Para conocer cómo es el Corazón de Jesús, la Iglesia nos presenta hoy la parábola del Buen Pastor. Jesús es ese pastor que aparece anónimamente en la historia de la oveja perdida. Su grey es grande: las cien ovejas de esta parábola significan a toda la Humanidad. Sin embargo, por más numeroso que sea su rebaño, no le da igual perder a una sola de sus ovejas. Jesús no redondea la cifra de noventa y nueve hasta cien: si le falta una oveja, él siente que su rebaño está incompleto. Irá a buscar a la perdida por las montañas, las cañadas, los valles y no parará hasta encontrarla…
La Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús tiene una significación muy honda para los cristianos. Cuando nos referimos al corazón de una persona pensamos en sus afectos, en sus sentimientos, en su forma de amar. Pero como nos recuerda san Josemaría, “cuando en la Sagrada Escritura se habla del corazón, no se trata de un sentimiento pasajero, que trae la emoción o las lágrimas. Se habla del corazón para referirse a la persona que, como manifestó el mismo Jesucristo, se dirige toda ella —alma y cuerpo— a lo que considera su bien: porque donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón” (Es Cristo que pasa, n. 164).
Esta última frase puede ser un estímulo para volvernos a sorprender por el amor de Dios: donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón. Podemos afirmar sin temor a equivocarnos: nosotros somos el tesoro de Dios.
“Nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene” (1 Juan 4, 16). El apóstol utiliza dos verbos: conocer y creer. Son dos pistas que nos pueden ayudar para sacar provecho de la Solemnidad de hoy, tan valorada por la piedad popular de la Iglesia. San Juan sabe que está transmitiendo algo sublime, imposible de plasmar en palabras, pero aún así lo intenta. Por eso enfatiza tanto en sus cartas, de todos los modos posibles, que Dios es Amor. Se entrega a la tarea de contárnoslo todo: porque sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis.
Conocer el Sagrado Corazón de Jesús para creer en su Amor es la necesidad más honda de nuestro propio corazón. Acudamos a la intercesión de la Virgen, cuyo corazón latió al unísono con el de Cristo, para que no dejemos nunca de pasmarnos frente a este misterio: que nosotros somos el tesoro del Corazón de Dios.