Un profeta que interpela con sentido común
El Juan Bautista de Tierra Santa
"Me impresionan los niños de la parroquia"
"Todavía hay gente dispuesta a ayudar a los demás"
Un profeta que interpela con sentido común
Su voz se alza como la de Juan el Bautista en el desierto. El cardenal Pierbattista Pizzaballa, patriarca latino de Jerusalén, se ha convertido en la voz de la conciencia que se alza contra la violencia en Tierra Santa, venga de donde venga.
No tiene dotes de poeta. Es más bien un profeta que interpela con un sentido común desarmante a todos los implicados en una de las tragedias más dramáticas que vive la humanidad en este momento.
El Juan Bautista de Tierra Santa
En estos días ha visitado Asís, la cuna del fundador de la orden religiosa a la que pertenece, invitado por el Meeting que organiza en este mes de agosto en la ciudad de Rímini el movimiento eclesial Comunión y Liberación.
Según el programa debía comentar una exposición artística. Pero no pudo. Este purpurado, que tras el ataque de Hamas del 7 de octubre de 2023 se ofreció al grupo terrorista como rehén a cambio de la liberación de los niños secuestrados, sólo pudo dedicar sus palabras a describir las imágenes que se le habían quedado impresas en el corazón y la mente al visitar Gaza, tras el bombardeo de la iglesia católica.
Hemos podido recoger las palabras que pronunció en esa ocasión, el 27 de julio pasado, en las que presenta, entre otras cosas, la verdadera esperanza para la solución del conflicto que sigue desangrando a la tierra de Jesús.
Sin vendas ni transfusiones
“Yo llevo allí 35 años y este es, sin duda, el momento más difícil, el más dramático”, comenzó diciendo Pizzaballa, quien nació en el norte de Italia hace 60 años y aparecía en todas las listas de “papables” redactadas por los periodistas en vísperas del reciente cónclave.
“No tengo palabras. No soy poeta –añadía–. No soy capaz de expresar del todo lo que se siente al entrar en Gaza. Prácticamente todo está destruido. Un mar interminable de tiendas de campaña donde vive la gente. Y en Gaza, por Dios, se superan los 40, incluso los 50 grados a la sombra. Sin servicios de ningún tipo. Imaginad las condiciones higiénicas. Sin privacidad, sin escuela desde hace dos años. Sin educación, sin nada…”.
El cardenal describió “las colas interminables ante los pocos centros que reparten comida, donde personas de todas las edades —ancianos, niños, mujeres, hombres— esperan con la esperanza de que quede algo para ellos si están al final de la fila”.
“Son cosas muy difíciles de expresar –confesaba Pizzaballa–. En el hospital cristiano anglicano ya no podemos hacer transfusiones de sangre porque, con todas las heridas, todos los desastres, los mutilados... no hay donantes de sangre, porque a causa de la malnutrición ya no están en condiciones de donar sangre. No cumplen los requisitos. Esto es sólo un ejemplo. Faltan vendas, tienen que usar ropa para vendar a las personas. Son situaciones muy difíciles de comprender”.
“Una cosa es leer los periódicos o ver la tele, otra es verlas en primera persona. Cuando te encuentras con rostros, con personas, con nombres y apellidos, todo adquiere una dimensión completamente distinta, mucho más dura”.
Cardenal Pierbattista Pizzaballa junto a Fr. Francesco Patton Custodio de Tierra Santa. Christian Media Center.
Católicos en Gaza
El líder católico de rito latino de Tierra Santa reconoció que “nuestra comunidad cristiana, nuestra parroquia, vive de manera privilegiada en comparación con el resto, porque tienen un techo, que es la escuela. Son privilegiados respecto a los demás. Comen, pueden cocinar dos veces por semana para todos. Pero no es que vivan bien... cocinar significa arroz y nada más. La última vez que vieron carne o verduras fue a principios de febrero. Desde entonces, nada. Podéis imaginar que no se trata solo de la cantidad, sino también de la calidad, sobre todo para los niños. Falta de vitaminas, de minerales. Y eso tiene consecuencias en sus vidas: se cansan enseguida”.
“Los bombardeos son continuos. Ahora parece que la presión internacional consigue crear algunas pausas humanitarias. Incluso cuando nosotros entramos a Gaza, se suponía que debía haber una pausa, pero el bombardeo era continuo”.
"Me impresionan los niños de la parroquia"
El patriarca confesaba: “me impresionan estos niños, los niños de la parroquia. Son muchos, porque es una parroquia fecunda, están llenos de vida, llenos de fe. Tienen también buenas religiosas que los mantienen ocupados, los hacen estudiar, escriben el diario espiritual, todas esas cosas que también hacía yo de niño. Y para los niños estas cosas son importantes. Aprenden a amar a San Charbel, a San Antonio, a San Francisco, a seguir sus ejemplos. Llenos de vida, de deseos. Es muy hermoso verlos. Te dicen: ‘A mí me cayó una esquirla aquí, otra acá... pero Jesús me salvó, así que estoy bien, estoy contento’. Contentos porque Jesús los salvó. Aún llenos de ganas, de deseo, para nada apagados”.
En estos casi dos años Pizzaballa ha condenado enérgicamente la violencia indiscriminada. Ha denunciado las atrocidades de Hamás, que “no tienen justificación”, pero al mismo tiempo ha advertido, y el tiempo le ha dado razón, que responder castigando colectivamente a la población civil “no servirá de nada”. Insiste en que los bombardeos y la vía militar “nunca conducirán a ninguna solución”, instando a frenar lo que califica como una “guerra de exterminio” contra Gaza.
La profecía de Pizzaballa
El cardenal Pizzaballa compartió su visión del futuro, lo que podríamos llamar su profecía: “en Tierra Santa el futuro no lo decidirán los primeros ministros ni los presidentes. No lo decidirá la cantidad de bombas que lancen con fuerza y potencia. Lo decidirá nuestra capacidad de mirarnos a la cara unos a otros, de reconocernos como hermanos y hermanas, amados por Dios, criaturas puestas allí no por casualidad, sino por la Providencia, llamados a estar en esa tierra marcada por la muerte y la resurrección de Cristo, que también ha sellado la reconciliación para todos nosotros. Llamados a ser hombres y mujeres mansos, capaces de reconciliación”.
El futuro de Tierra Santa, explica este franciscano, depende de los mansos de corazón, como dice Jesús en las Bienaventuranzas. “También en Gaza hay personas mansas –añade–. También en Israel las hay. Y en este mar donde la humanidad parece tan irremediablemente herida, se encuentra mucha humanidad entre los pequeños. Se encuentra mucha gente que, aunque tiene poco para comer, todavía es capaz, a pesar del hambre, de compartir con quien no tiene nada. Sobre todo las madres, que no toman las medicinas para dárselas a sus hijos, porque faltan antibióticos, falta casi todo”.
"Todavía hay gente dispuesta a ayudar a los demás"
“Para mí es un gran consuelo ver cómo, a pesar del cansancio, a pesar del miedo inevitable, todavía hay gente dispuesta a ayudar a los demás, asumiendo riesgos —porque si sales y te desplazas, no sabes qué puede pasar, no sabes si vas a volver—. Nosotros, para movernos, tenemos que coordinarnos con las fuerzas armadas para evitar que los drones nos atacaran, tenemos que informar a quienes pilotan los drones. Para los demás salir es un riesgo. Sin embargo, lo hacen porque hay necesidad, hay que salir, no se puede quedar uno encerrado. Salen para ayudar”.
“También en Israel, hay muchísimas personas que nos ayudan, que colaboran en todo, que ayudan a hacer llegar víveres, que dan su apoyo –sigue constatando–. No hay que generalizar, sería un grave error caer en la parcialidad en este contexto. No todo es blanco o negro, hay mucho gris. Es una realidad muy compleja”.
“Hay muchas personas que trabajan por la paz. Hay que buscarlas, no esperar a que vengan. Hay que buscarlas y tenerlas cerca, porque llegará el momento en que las necesitaremos”, reconoce el patriarca al expresar su profecía franciscana para el futuro de esta tierra. “Y yo rezo para que ese momento llegue pronto. Porque es verdaderamente muy duro”.
Contra la desesperación
Por último, el patriarca confesaba que también es muy duro “para nosotros, los pastores”. “Para nosotros los pastores, en un contexto de gran violencia, de violencia gratuita que no se comprende, es muy difícil hablar de esperanza... Hablar de esperanza, de confianza, de futuro no es fácil para quien está bajo las bombas, para quien ha sido privado de todo. Pero tenemos el deber de no quedarnos sólo en el dolor y el sufrimiento”.
“Tenemos un riesgo –concluía–: que el dolor y el sufrimiento ocupen todo nuestro corazón y ya no quede espacio para nada más. Por eso necesitamos que nuestra conciencia sea despertada por nuestras palabras, por nuestros gestos de cercanía, de solidaridad, de humanidad. Porque solo así podemos mantener vivas y dar concreción a estas palabras: confianza, esperanza y futuro. Gestos de humanidad realizados, mostrados y vividos”.